LA SOLEDAD CON EXTRAÑOS
Tres microrrelatos.
Cuando los vínculos se desvanecen y buscas amarres en cuerdas que deambulan saltarinas por el asfalto de tu calle; o cuando la orfandad se salta una generación y aún no lo conocías todo; o cuando el encierro en oscuridad se soporta porque una noche te miran las luces más radiantes. Cuando no conoces a quienes leen tu soledad.
ENGANCHADO A LOS CIENTO OCHENTA Y CINCO
Siempre lee por encima del hombro de los peatones que caminan a su lado. Con las manos a la espalda se asoma a móviles ajenos, analizando preguntas, descifrando silencios y razonando pactos. Suelen ser triviales, breves, pero a veces se le cruzan en el camino sus predilectos, los pícaros. En una ocasión se alejó tanto de su casa, enfrascado en los mensajes cursados a un tiempo por una mujer, al amante y al marido, que tardó dos días en regresar. Desde hace unos años, ser un fantasma se ha convertido en algo muy divertido.
HÁBLEME DE ÉL
Abrumado, concedió a su cuarto rival, con un gruñido, la victoria. Su cuarta derrota. Los espectadores se fueron a otras mesas. El sol de Madrid era feroz en verano, por eso, unas horas antes, había pensado que deambular por el parque le ayudaría a sobrellevar ese primer día de luto. “Tienes los ojos de tu abuelo”, le dijo su último adversario. Fernán lo miró y de la mochila sacó las piezas de un gastado juego de ajedrez.
LA GUARDESA DE NOCHE Y LA TRABAJADORA NOCTURNA DEL METRO
Los domingos se escondía en el ilustre jardín. Cenaba y dormía en lo más alto del olmo, y ante ella se abría el reino inabarcable del alumbrado de la ciudad. Hoy es domingo, pero descubre el tronco de su árbol vestido con una red de lustrosas púas; no puede trepar. Agazapada en el suelo con su fiambrera, la mujer llora. De pronto, la guardesa llega con una larga escalera, la apoya en el árbol y se va.
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