Bodegón con caja de cerillas, María Blanchard, 1918
Óleo, canvas
74 x 50 cm
En esta obra se observa una composición densa; la mesa está repleta de los elementos clásicos de un café parisino: un sifón de soda, cristalería, una botella de licor y una caja de fósforos identificada en el título. Refleja el ingenio cubista de María Blanchard. Los colores son audaces, el empaste pesado, y la pintura incorpora pequeños fragmentos de cuentas de vidrio como una de las muchas texturas en la superficie de la obra, junto con arena gruesa y fina. Durante su vida, Blanchard fue celebrada por sus compañeros cubistas y compartió estudios con Juan Gris y Diego Rivera, quien la describió como creadora de las «mejores obras del cubismo, aparte de nuestro maestro, Picasso».
MARÍA BLANCHARD: PASIÓN Y TRAGEDIA EN EL CUBISMO
María Blanchard (1881-1932) fue una de las figuras más fascinantes y menos conocidas de la vanguardia artística del siglo XX. Nacida en Santander, España, su vida y su obra estuvieron marcadas por una combinación única de talento y tragedia. A pesar de las adversidades personales y las barreras sociales, Blanchard dejó una huella imborrable en el arte cubista y en la pintura moderna. Su legado es cada vez más reconocido.
Desde muy joven, Blanchard se enfrentó a dificultades físicas que marcarían su vida y su obra. A causa de una deformidad de columna, sufrió el rechazo y la discriminación en una sociedad que aún no estaba preparada para aceptar la diversidad física. Sin embargo, este dolor se convirtió en una fuerza impulsora para su arte, dotando a sus obras de una intensidad y emotividad únicas. En busca de una identidad artística propia, Blanchard estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid y luego en París, donde se unió a los círculos vanguardistas.
En París, Blanchard se relacionó estrechamente con los cubistas, quienes buscaban descomponer la realidad en formas geométricas y perspectivas fragmentadas. Su obra temprana mostró influencias de este movimiento, aunque siempre mantuvo un enfoque personal y una gran sensibilidad. Entre sus trabajos más conocidos de esta etapa destacan La Comulgante y Mujer con abanico.
SU OBRA
Durante su estancia en París, María compartió estudios con artistas como Juan Gris y Diego Rivera, quienes no fueron solo colegas, sino también grandes amigos. Se dice que Gris fue una de las personas más cercanas a ella y que la influencia entre ambos fue mutua. Tras la muerte de Gris, Blanchard quedó afectada de manera profunda, lo que se reflejó en un cambio en su estilo. Su pintura se volvió aún más introspectiva, y sus temas comenzaron a centrarse en figuras solitarias y melancólicas, en un intento de expresar la soledad y el dolor que ella misma sentía.
Una de las particularidades de la obra de Blanchard es la incorporación de texturas y materiales inusuales en sus pinturas, como arena y fragmentos de vidrio, que aportan una dimensión táctil y única a sus piezas. Esta técnica la diferenciaba de otros cubistas y le permitiría experimentar con la superficie de la pintura, dotando a sus cuadros de una sensación de profundidad y relieve.
MARÍA
Gómez de la Serna decía de ella: Es un ser tan lleno de cosas, tan reservado, tan pleno de ahorros, que nos tiene sobrecogidos. Ella no es femenina, sino varonilmente maligna, asombrosa y maravillosamente maligna, quimérica y secreta, nigromántica, ingenua como la voz de una niña, y embaraza como viajera que acaba de llegar de vuelta del país de las oscuras cavernas y del país de las cumbres radiantes.
María Blanchard murió en 1932, a los 51 años, en la pobreza y el olvido. Sin embargo, su arte perdura, y hoy se le reconoce como una de las grandes pioneras del cubismo y una artista valiente. La intensidad de su vida y la profundidad de su obra han cautivado a historiadores y amantes del arte, quienes ven en ella a una creadora que supo transformar el sufrimiento en belleza y que dejó un legado imperecedero en la historia del arte.
Poco antes de morir, María decía que quería pintar flores, pinturas amables y sin riesgos.
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