
“Y son como bestias salvajes”, lámina cinco de Los Desastres de la Guerra, 1812-1815
Francisco de Goya
Aguafuerte, aguatinta bruñida y punta seca sobre papel verjurado color marfil con bordes dorados.
Una mujer sostiene a un niño sobre su cadera, mientras clava una lanza a un soldado francés. Otras mujeres atacan con palos u otros medios a su alcance al enemigo o postradas en el suelo decaen por sus heridas. Refleja la desesperada situación de la guerra.
GOYA Y LOS DESASTRES DE LA GUERRA: EL ARTE COMO TESTIMONIO DEL HORROR
Francisco de Goya (1746-1828) es uno de los grandes maestros de la historia del arte, conocido no solo por su maestría técnica, sino también por su profunda capacidad de captar y transmitir las emociones humanas más intensas. Entre sus obras más conmovedoras se encuentra la serie de grabados titulada Los desastres de la guerra, un conjunto de 82 estampas que retratan la brutalidad del conflicto y sus secuelas de manera cruda y desgarradora.
Esta serie, realizada entre 1810 y 1815, durante y después de la Guerra de la Independencia Española contra Napoleón, representa un testimonio brutal de la violencia, el dolor y la desesperación. A través de estos grabados, Goya no sólo documentó los horrores que presenció o de los que tuvo noticia, sino que también expresó su profunda desilusión con la naturaleza humana y los ideales de su tiempo.
UN ARTE QUE TRASCIENDE SU ÉPOCA
A diferencia de las obras de propaganda típicas de su época, Los desastres de la guerra no glorifican a ningún bando. No hay héroes ni victorias en estas imágenes; sólo víctimas. Goya rechaza la narrativa heroica de la guerra para enfocarse en las consecuencias humanas: cuerpos mutilados, familias destrozadas, pueblos arrasados. El artista expone el sufrimiento de los inocentes y la degradación moral que conlleva el conflicto.
La serie puede dividirse en tres grandes secciones. La primera se centra en los horrores del conflicto bélico en sí; la segunda refleja sus terribles consecuencias, en especial la hambruna y miseria que asolaron Madrid en 1811-1812; y la tercera aborda de manera más alegórica y satírica la represión política tras la restauración absolutista de Fernando VII.
Cada grabado es una escena independiente, acompañada de breves y contundentes leyendas que refuerzan su mensaje, como «Y no hay remedio», «Yo lo vi», o «Esto es lo peor». Estas frases a menudo ambiguas o irónicas, invitan a la reflexión y subrayan la imposibilidad de encontrar justificación o consuelo en medio de tanta destrucción.
LA TÉCNICA AL SERVICIO DE LA EMOCIÓN
Goya utilizó la técnica del aguafuerte combinada con aguatinta, retoques a punta seca y buril, lo que le permitió alcanzar un efecto dramático de luces y sombras. Su estilo en estos grabados es enérgico, a veces casi brutal, acorde con la violencia de los temas representados. Los rostros desfigurados por el miedo y la angustia, los gestos congelados en medio del dolor, y los fondos sombríos crean una atmósfera opresiva que envuelve al espectador.
A pesar del dominio técnico, lo que realmente destaca en Los desastres de la guerra es la fuerza expresiva. Goya abandona cualquier afán de belleza clásica para abrazar una representación sincera y desgarradora de la condición humana. En este sentido, se anticipa al expresionismo moderno y convierte su obra en una denuncia universal de la violencia.
LA RELEVANCIA ACTUAL
Aunque Los desastres de la guerra no se publicaron en vida de Goya —salieron a la luz en 1863, décadas después de su muerte—, su impacto ha sido enorme. Estos grabados han influido en generaciones de artistas, periodistas y activistas que han visto en ellos un ejemplo de cómo el arte puede servir como testimonio, denuncia y resistencia.
En un mundo donde los conflictos armados siguen dejando a su paso sufrimiento y devastación, la obra de Goya conserva toda su vigencia. Nos recuerda que, tras cada titular, cada cifra de víctimas, cada parte de guerra, hay rostros, cuerpos y vidas reales destruidas. Los desastres de la guerra siguen hablándonos con una voz clara y urgente: contra la violencia, contra la indiferencia, y a favor de la memoria y la compasión.
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