Cuando dormía en la parte alta del pueblo, Joan anhelaba los mimos de su abuela. Aquella mujer lo idolatraba, con besos y caricias de continuo, y la mirada, una mirada de adoración absoluta que lo encumbraba en un altar a tres metros sobre el suelo de linóleo.
Eso pensaba con la primera taza de café en la mano, asomado a la ventana y viendo a lo lejos la chimenea humeante de la casa de su abuela. Cerró los ojos y se imaginó a su hermana sentada en la mesa donde debería estar él, mesa atestada de exquisiteces caseras, de café recién molido, de conversaciones risueñas y músicas de infancia.
Los gritos de sus hijos entrando en la cocina le sacaron de su ensoñación, y la chirriante voz de su mujer le dibujó un rictus de desagrado en el rostro que borró antes de darse la vuelta y enfrentarse a ella.
⸺ Hoy duermo en casa de mi abuela ⸺ dijo con voz templada Joan.
⸺ ¿Cómo?, si hoy es domingo. A ti te tocan lunes, miércoles y viernes ⸺ contestó su mujer.
⸺ Lo sé, pero estoy preocupado. No se encuentra muy bien y quiero pasar la noche con ella ⸺ alegó Joan mientras nervioso le daba la espalda a su esposa.
⸺ Esta situación es ridícula y lo sabes ⸺ exclamó la mujer ⸺ Tu hermana vive sola, sin marido, sin hijos. Lo hablé con ella y está de acuerdo en dormir con tu abuela todos los días.
Joan estuvo a punto de sufrir un desvanecimiento. Un pitido agudo brotó dentro de sus oídos y le impidió escuchar las palabras de la mujer, pero estas, al salir a borbotones, agrandaron tanto su boca que desaparecieron nariz y ojos. Solo un gran agujero lo observaba. Joan se dio la vuelta, horrorizado.
Al final se hizo como ellas quisieron.
Dos semanas, solo catorce días, y ya no podía más. Ver a su abuela unas cuantas horas no neutralizaba la tortura a la que se veía sometido en la parte alta del pueblo. Entonces, una noche, regresando a su casa desde el trabajo, regodeándose en su desgracia, descubrió lo que en verdad deseaba y supo cómo conseguirlo.
En el velatorio de su hermana, su abuela procuraba que a ningún vecino le faltara ni bebida ni alimento. Mientras Joan la observaba con admiración, un hombre se sentó a su lado y comenzó a hablar:
⸺ Lo acompaño en el sentimiento ⸺ le dijo ⸺. Un horrible accidente. Lo extraño es que hace un mes revisé el coche de su hermana en mi taller y los frenos estaban en perfecto estado.
⸺ Estas cosas pasan ⸺ contestó Joan ⸺.
⸺ Supongo ⸺ dijo el hombre ⸺.
Joan se levantó, buscó a su mujer y se enfrentó a ella con seguridad:
⸺ Ahora dormiré todos los días con mi abuela ⸺ dijo con satisfacción.
Su mujer lo miró atónita.
⸺ No entiendo cómo puedes hablar de esto en el velatorio de tu hermana. En cualquier caso, eso no es posible, Joan, tienes muchas obligaciones, una familia. Tu abuela tendrá que irse a una residencia ⸺ contestó la mujer con frialdad.
Tres días más tarde, Joan llamó a la puerta de la casa de su abuela. Cuando esta abrió, la cara sonriente de su nieto, los rostros aterrorizados de sus bisnietos y tres maletas pincharon con hielo sus ya hinchadas venas.
⸺ Hola, abuela. Venimos a vivir contigo. No tienes ni idea de cómo es la vida en la parte alta. ¿Sabes que tenía que cortar árboles durante horas y nadie me daba las gracias? ¡Debía llevar mi propia comida! La gente que trabajaba allí no me sonreía, es más, a veces me gritaba e insultaba, ¿puedes creerlo? ¡Ah! Y mi mujer, no te imaginas lo que he tenido que soportar, nunca me miró como tú, esperaba que hiciera cosas para las que no estaba preparado, y cuando no las hacía, su aire despectivo me convertía en alguien muy pequeño ⸺ contó Joan de manera arrolladora.
La abuela los mandó entrar. Su nieto, eufórico, se sentó a la mesa, se reía y botaba sobre la silla. Los niños, como suspendidos en el aire caliente de la cocina, tenían la piel pálida, demasiado blanca para ser natural, y los ojos fijos en las manos de su padre.
⸺ Ya veréis niños la buena vida que os dará ahora mi abuela ⸺ les dijo Joan.
La anciana siguió la mirada de los pequeños. Las manos del hombre estaban cubiertas de sangre. Se dirigió hacia el teléfono y marcó el número de la policía.
A los cinco minutos regresaba a la cocina.⸺ ¿A quién le apetece una buena empanada? ⸺ preguntó la abuela con una gran sonrisa.
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