NIEBLA AMARILLA
Hoy es uno de esos días que jamás pensé vivir. Las ramas desnudas del tronco azul me abrazan por detrás y cantan salmos desconocidos que me hacen levitar.
Debo cortarlas. El cuchillo que sostengo en la mano cobra vida y una a una, las ramas van cayendo a mis pies. Chocan entre sí, húmedas y teñidas de azul.
Al respirar sus efluvios, mis ojos se ensombrecen, y todo a mi alrededor se vuelve amarillento.
Ya solo queda el tronco desnudo, tan alto que divide el paisaje por la mitad, y tan negro que la luz se detiene a dos metros de su corteza, frenada en seco y sin colores que llevarle.
Me recuesto en el suelo y miro hacia arriba. Una rama que sobresale de los árboles que tengo a mi espalda se agita nerviosa hasta que alumbra un pequeño cuervo. El pájaro inclina la cabeza hacia mí y habla:
― Nunca nadie, en un siglo, se atrevió a subir hasta aquí. Durante treinta años he sido el custodio de este árbol, antes lo fue mi padre, y en otro tiempo el suyo. Sobrevuelo todos los días las pequeñas casas de ahí abajo y escucho vuestros cuentos. Llevamos décadas espiando murmuraciones, discusiones, a la espera de que un giro en cualquiera de ellas os trajera aquí, y os obligara a cortar al culpable de vuestra oscuridad. ¿Qué pensaste esta mañana? ¿Por qué subiste?
― Me pregunté el porqué del fluir de la niebla amarilla que todo lo envuelve. Nace aquí ― Contesto sin dudar.
― ¿Has encontrado la respuesta?― Se interesa, con un aire grave.
― No
― Nos llaman entrometidos, pero guardamos los secretos de los hombres. No obstante, tras tu acción, tendré que irme para siempre, así que supongo que no importa demasiado ―percibo en su tono cierto alivio.
Y así descubrí la historia de mi gente, una historia que se remonta cien años atrás.
El Señor de este lugar no era un hombre bueno. Habitaba una gran casa ubicada en esta loma, y desde ella dominaba todo el entorno y la vida de sus súbditos. La locura hizo presa en él, cuando uno de sus caballos le gritó el día exacto de su muerte, mientras saltaba por la ventana dentro de la sala con una flor azul entre los dientes:
― ¡Morirás el 15 de enero de 1921! ¡Te desvanecerás sin más, si antes no plantas esta flor en lo más alto!
El que antaño fuera gran caballero, palideció, y la blancura de su piel tiñó sus ropas de leche rancia, dejando su olor por siempre en la estancia. Luego, con sus propias manos, degolló al caballo. La sangre se derramó por el suelo y siguió un camino antes escrito, deslizándose por toda la casa y bajando por la ladera hasta el mar.
La flor azul, la sangre roja, y, sin embargo, el agua se tiñó de amarillo. Los tres colores primarios que, mezclándose, levantaban esa niebla amarillenta que aventuraba locuras a quien la respirara.
Al Señor la niebla lo abrazó para siempre, y después de eso, las gentes del pueblo sufrieron las consecuencias.
Obsesionado con la fecha de su muerte, exigía todo tipo de amuletos, conjuros y requerimientos. Reclamaba el ganado de hombres y mujeres para sacrificios; y, en el mismo sentido, quemaba cosechas en rituales estériles. Quebrantó a doncellas en ceremonias robadas, de las cuales regresaban con la piel muy blanca y con los sonidos muertos en la garganta.
La flor azul plantada en lo más alto se había convertido en un árbol de corteza áspera. Las ramas se movían sin viento, y abrazaban el aire, intentando recoger para sí el azul que quedaba en el cielo.
El 14 de enero de 1921, el Señor, asomado al balcón desde el que divisaba todo y donde escuchaba el latido del tronco azul, sintió su llamada. Tuvo la revelación que sumiría a tu gente en esa locura diaria, donde nadie habla, todos suspiran, y las flores y los colores se esconden tras las cortinas de las nubes.
El día 15 acaparó, con sus manos, pulmones, boca y nariz, toda la niebla amarillenta que pudo. Cavó una fosa al pie del tronco azul y se enterró en ella.
Aquí lleva sepultado todos estos años. Muerto él, pero por otro lado, viva la niebla que expande hasta donde puede.
― ¿Ahora que va a pasar?― pregunto al cuervo ― ¿Volverá a aparecer el caballo con la flor?
― El corcel era el espíritu negro del Señor y el brote azul su alma que se resistía a viajar. Ha llegado mi momento, mi misión: acompañarla al otro plano ahora que ha perdido su fuerza. Todo cambiará. Y tú podrás verlo desde aquí. Coge el cuchillo y corta otro trozo del tronco.
Así lo hago. Del hueco sale un hilo espeso de humo amarillento que el cuervo inhala. Ahora levanta el vuelo y se va haciendo cada vez más pequeño en un cielo que le abre luz para su viaje.
Miro a mi alrededor y todo empieza a fluir. El verde es ahora luz y el color surge de lo blanco. Y esta flor rosa, nacida del tronco, me da la bienvenida.
Si te interesa mi trabajo, ponte en contacto conmigo.