La Línea en la pintura

LA LIBERTAD EN UN SUEÑO

De niño le contaron que aquel hombre, a quien veía todas las tardes bajo el sauce de la plaza, se había quedado mudo en un sueño. Contaban que, al percatarse que estaba soñando, decidió levantar el vuelo, pero lo hizo tan alto que un buitre le arrancó las cuerdas vocales introduciendo el pico por su boca, abierta para respirar las nubes altas.

Hacía setenta años que no pensaba en aquella historia de viejas. Ahora el viejo era él, y se preguntó si no sería un buen colofón para su vida sentarse como Jonás bajo el sauce, y contarles a sus vecinos el sueño lúcido que le devolvió a su tierra.

Cada día dormía y soñaba, y se despertaba en aquel lugar. Hombres y mujeres pisaban su sitio, respiraban y escudriñaban su yo. Allí no hablaba. Vegetaban en un espacio cerrado, y los murmullos de los viejos pasaban de una mosca a otra hasta que la última caía en sus manos. Él, acercándola a su oído, la hacía cantar los últimos bailes con Aurora.

Luego, por las tardes, probaba a cantar con las palabras y el tono agudo de ella. Por las noches pintaba su rostro al cerrar los ojos. Así intentaba recordar su vida con ella. Pero Aurora estaba oculta, no solo muerta. Nunca se presentaba porque habitaba en la tierra, en los montes, en los árboles, y precisaba de las golondrinas que, volando alto, garantizaban la luz.

Se acostó deseando tener su sueño lúcido. Durmió y soñó. El espacio se abrió a sus ojos en un manto rojo de mantel de fiesta y alguien lo abrazaba por detrás. Lo miró, y una máscara amable, pero de esas perpetuas, le devolvió una mirada sonriente e interrogante.

“Estoy soñando”, pensó.

Y al igual que Jonás quiso volar. Se impulsó y voló, los brazos por delante, con miedo a sumirse otra vez en un sueño inútil y despertarse, como todas las mañanas, con un puñado de pastillas en una mano, y el tensiómetro en la otra.

“Me voy a mi tierra”, sentenció.

Desde lo alto iba viendo pasar la ciudad oscura, la autopista llena de luces, a quienes quiso gritar que Jonás tenía razón, que el miedo desaparece, que el amor por Aurora lo llevaría a casa.

Y llegó al cielo azul sin nubes de su hogar. Y vio el sauce de Jonás; se sentó bajo su sombra, y su vista alcanzó el todo. Y ya no solo él era golondrina.

La enfermera entró por la mañana en la habitación de Liberto. Aún estaba dormido. Respiraba y sonreía, pero no fue capaz de despertarlo.

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