
EL BOSQUE DE NORA
En el mes de mayo Nora conoció a su padre.
Y evaluó el lugar. Y lo consideró como el mejor soñado. Su fantasía revoloteó entre aquellos árboles, a la vez que fue cantada por centenares de pájaros azules. Su bosque mágico, que se desdibujaba cuando la niebla sacaba sus uñas y arañaba las ramas verticales que se clavaban en el cielo.
Pero a Nora no le gustaba su padre.
Aquel hombre, taciturno y seco, del que no conocía ni el timbre de su voz, ni el color de sus ojos, cada amanecer, todos los días, huía camino abajo hacia el pueblo.
Al sexto día, Nora lo siguió, ocultándose a unos pasos por detrás. A mitad del recorrido y tras un recodo, lo vio: a nueve metros, más o menos, se alzaba un poste de señalización de ferrocarril, de un tren fantasma que nunca existió. En el lado de las aspas que miraba hacia ella, su padre estaba escribiendo con un trozo de carbón quemado. Luego desapareció corriendo camino abajo. Nora se acercó, y tembló al leer lo escrito: “Nadie me hablará”, “Dos ovejas me seguirán hasta casa”. Allí mismo detuvo su persecución.
Dos ovejas blancas entraron detrás de su padre cuando este regresó. No le preguntó.
Las semanas transcurrieron entre mensajes similares, leídos en su lado del camino: “Los lugareños no me mirarán”, “Los lugareños me darán pan y carne gratis”.
Una mañana, Nora se preguntó, si en el otro lado de las aspas, el que su padre veía al subir desde el pueblo, él escribiría algo referente a ella, a su casa, a su bosque. Así que, cuando se supo sola, se adentró en la maleza y lo vio: “Ella no me preguntará nada”, “Ella se marchará pronto”.
Un escalofrío le erizó la piel. De ninguna manera pensaba en irse. Ese era su bosque. Empujó con todas sus fuerzas el poste, pero fue en vano. Así que arrastró una gran piedra, y subiéndose en ella, alcanzó a borrar lo escrito. Y con el trozo de carbón escribió: “Solo Nora vivirá aquí”. Esperó el resto del día y muchos días más, pero su padre nunca regresó.
Cuando un día de agosto se atrevió a bajar por el camino, las aspas habían desaparecido. Solo quedaba, adherida al poste, una tablilla de blanco inmaculado. Nora recordó sus lápices de colores y sonrió.
Si la buscas, hoy está en el pueblo chapoteando en el río con los lugareños.
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