Se desperezó tumbado en un colchón blanco, cubierto a medias por una sábana de color rojo. Cuando abrió los ojos, un rostro enorme, con mejillas rosadas, lo miraba con curiosidad. Su corazón empezó a latir con fuerza, y al alargar la mano para tocar aquella cara infantil, sus dedos toparon con cristal, con un muro, que al ponerse él de pie, vio que lo rodeaba. Estaba encerrado.
Inspeccionó todo a su alrededor: pegadas a la cama, una pequeña mesita vacía y una silla; al frente, una cortina que escondía un minimalista baño. Aquello era todo. Tres paredes de cristal ancladas a una pared de ladrillos, y un techo extremadamente alto de vidrio agujereado(…)