La madera de la caja estaba pintada de verde. En la tapa, el dibujo de dos niños sentados en un tronco quebrado, con las cabezas inclinadas sobre un libro, compartía espacio con un botón dorado tallado en forma de sol. De pequeña pasaba los dedos por encima de los rayos de oro, acariciándolos, esperando el momento mágico,en el que al apretar el interruptor la tapa se levantara, y los acordes ajados de una canción despertaran en mi recuerdos ajenos.
Nunca se repetía ninguna melodía, y la caja era tan antigua, que a veces solo se escuchaban ancestrales golpes de tambor. En esas ocasiones los recuerdos eran difusos, sentía calor, veía el fuego, pero no había palabras(…)