A medianoche, la campana tañía tan fuerte que el estómago de César giraba sobre si mismo. En ese momento, el patriarca salía al centro del pueblo, y aseguraba, con voz temblorosa, que todos estaban dentro.
Alguna noche, según la orden recibida, debían salir y procesionar por todo el recinto, muertos de sueño los viejos, y desnudos de miedo mujeres y hombres.
Tiempo atrás, la aldea era normal, aburrida incluso. Pero un domingo por la mañana , los hombres se levantaron y todo el pueblo estaba rodeado por muros que unían las casas; paredes altas de tres pisos que los dejaron boquiabiertos en el centro de la plaza, vacía de niños y niñas.
Buscaron a los nietos, llamaron a gritos a las hijas,y lloriquearon las madres por sus hijos.
Rastrearon las casas, se subieron a los arboles, pero éstos, que habían encogido durante la noche, no levantaban más de cuatro metros, y allí no se escondía ningún pequeño. Sin hablar, se miraron con ojos blancos y brillantes, esperando que alguno de ellos tomara la iniciativa y les diera una explicación plausible.
En ese momento, un fuerte ruido les llegó del este…
80cm x 60cm