Entró por la puerta baja, para no estorbar a la multitud que se arremolinaba junto a él. Su voz le llegaba como enlatada en años de costura de viejas. Palabras sueltas ondeaban ante ella, dibujadas en oro por un timbre, no por conocido, menos apabullante. Apremió su paso sin mirar atrás, dejando a su izquierda las conversaciones cruzadas que él batallaba sin inmutarse. Si conseguía llegar a la puerta alta del otro lado de la sala, y salir al exterior, sería libre.
— ¡Amelia¡
Hasta su propio nombre, gritado por él, parecía vomitado por el mismísimo infierno…