La Línea en la pintura

NO ES UNA DESPEDIDA

Se despertó de pie. En un paraje desconocido, y, sin embargo, de una forma vaga, soñado. Pisó con cuidado la hierba; se quebraba con crujidos imperceptibles, aunque él intuía dolorosos. Porque era dolor y llanto lo que respiraba, era angustia lo que le acercaban las olas de susurros que no veía.
Y miró. Miró a un cielo plomizo, de silencio y viento muy cálido. Y miró a un inacabado paisaje seco, en el que comenzaron a dibujarse gráciles figuras con espaldas encorvadas.

A lo lejos, un jinete negro pisoteaba la tierra levantando espirales de polvo, convertidas al segundo en altas espinas que marcaban el camino de regreso. Pronto llegaría a su lado. En ese momento, lo supo. Venía a llevárselo con él.

Volvió el rostro hacia aquellas presencias, cuyos contornos, poco definidos, revivieron melodías infantiles cantadas en mil viajes. Y percibió sufrimiento. Lo visualizó en color rojo, espirales rojas infinitas que recorrían cada cuerpo y se juntaban en las manos que los unía. Y hablaban, hablaban mucho. No entendía lo que decían, pero la dulce cadencia de los sonidos le proporcionó la seguridad necesaria para sentarse a esperar la llegada del jinete.

Recostado en el suelo, notó que hierba fresca brotaba a su alrededor, y no solo eso, todo clareaba, incluso las presencias. Un chico, de mirada serena. Dos chicas, de rostros pálidos. Ante él, sin verlo, recitaron miles de palabras que, escritas en negrita en el aire y atropellándose entre sí, fueron creando páginas que se amontonaron a sus pies. Luego se abrió el cielo en azules de mosaico mágico e iluminó a una mujer, con la belleza de un fuego hecho con agua. Ella un poco sí que lo vio. De sus manos surgieron notas visibles de gaita, que lo pasearon todo, que lo cantaron todo con melodía tierna, y terminaron tatuadas en tinta en la última página caída al suelo.
Él, por un momento, se entretuvo en colocar todas las hojas de papel; olían a manzana verde, y eso despertó un pequeño latido en su estómago. Al mirar hacia arriba vio que estaba solo otra vez, pero ahora el cielo era azul y la hierba verde.

El jinete se acercaba.
Se subió a su grupa cuando estuvo a su lado, con el montón de páginas en la mano. Las notas de gaita habían titulado el manuscrito: “Somos parte de ti”.

Cuando, aferrado al torso del jinete, galopaba de regreso al principio del Todo, su voz escribió en el cielo: “Os recuerdo. No es una despedida. Os espero”.

Si te interesa mi trabajo, ponte en contacto conmigo