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¿NO OYES EL RUIDO DE LOS LIBROS?

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RELATO

¿NO OYES EL RUIDO DE LOS LIBROS?

Isabel camina despacio por miedo a tropezarse con lo que no ve. Está inmersa en una espesa niebla amarillenta que mastica con calma. Así, alterna el disfrute de paladear, un gusto dulce de flores de cerezo, con la inquietud que le provoca el movimiento casi imperceptible de la tierra bajo sus pies.
Su deslizar, tímido, se ve interrumpido por las notas discordantes de un tambor. Mira al cielo. Con cada golpe de baqueta se abre un claro en la niebla, y la luz blanca combate con esta por cubrirla a ella. Poco a poco se van perfilando sombras, sombras de piedras viejas amontonadas en paredes medio derruidas, paseadas por una figura oscura con forma de mujer doblada. Isabel la sigue, sin miedo, está segura de que todo es un sueño. Un rato antes estaba en su cama, la ventana era de noche oscura y apenas reflejaba la luz de la vela en su mesita. Varios golpes en la puerta hicieron que se levantara, se vistiera y la abriera. Solo encontró aquella bruma en la que ahora camina de día, sin reconocer ningún entorno vivido en sus diez años.

Con un claro sobre otro, con un golpe de tambor tras otro, la niebla se disipa, e Isabel encuentra ahora explicación para ese temblor cosquilleante del suelo: decenas de miles de hormigas se afanan en izar y llevarse las piedras que todavía yacen en tierra.
Cuando levanta la cabeza, frente a ella, la figura de la mujer: ya no está encorvada, ya no es oscura, pero en su cara, con un solo ojo y una nariz diminuta, se dibuja una gran boca con forma de pico. Isabel observa el entorno, se están erigiendo decenas de habitáculos, unidos entre sí, que se confunden con una tierra color ocre que huele a sequía. Las construcciones de poco más de dos metros cuadrados no tienen tejado, ni puerta, solo un agujero redondo de unos veinte centímetros de diámetro.
La mujer se asoma por el pequeño ventanuco, abre su pico, y deja que salgan sonidos silbantes que recorren las paredes con intenciones desconocidas para Isabel. Luego da media vuelta y comienza a caminar por la tierra anodina que las rodea; todo es amarillo y blanco, polvo dorado que al respirarlo se vuelve gris. Su andar es rápido, así que Isabel se ve obligada a correr, no quiere perder su rastro.
Durante horas su deambular es agotador para la niña, pero al llegar a la cima de una colina, de rocas grises, ambas se detienen. Frente a ellas, una cascada de nubes que se pierde en lo alto y que, con unos cuantos silbidos entrecortados de la mujer, se difumina; ahora pueden ver, lo antes nunca visto ni soñado por Isabel: casas tan altas que aguijonean el cielo, caminos de tierra negra y lisa, luces de pequeños soles, y gentes que corren, que corren mucho y no hablan entre sí.
Isabel mira con intriga a la mujer y esta, por primera vez desde que la vio, le habla:

— Aún faltan siglos para que este sea tu mundo. Estás viendo un tiempo en el que se han asesinado a las nueve Musas, poco a poco, a unas con desidia, a otras con celos, a las demás no importa, pero están muertas hace años. El día que mataron a la primera, escuché el grito desgarrador de todos los libros escritos. Era mi hora, la hora de construir el valle, de averiguar el método para llegar a los escogidos. Tuve que renunciar a muchas cosas, sufrir todos los cambios físicos que ellos me pedían. Al final lo conseguí, mi boca de pico logra un silbido que, guardado entre cuatro paredes, se convierte en susurros que llegan al elegido. Luego, aquellas se derrumban y vuelta a empezar.
— ¿Por qué no te negaste?
— Supongo que pude hacerlo, pero los libros son dioses poderosos y exigentes. Además, no me imagino mi vida sin ellos.

En la bajada, de vuelta al valle, Isabel va tan ensimismada en sus pensamientos que no se percata de que camina sola. Vuelve a recorrer, con pasos cortitos para no pisar a las hormigas, todos los laberintos de piedra construidos, hasta topar con la puerta de su casa. Ya en su cama, la ventana vuelve a ser de noche negra. Y duerme. Un sueño profundo.

A la mañana siguiente, todo está como antes: sus padres trabajando la tierra, sus vecinos charlando en la fuente, y un sol que calienta el aire que aspira con olor a flores.
Todo fue un sueño, piensa.

Una noche, un fuerte estruendo en el exterior despierta a Isabel. Se levanta y abre la puerta, pero se queda quieta y en silencio hasta que una voz, áspera y exigente, le increpa:
— ¿No oyes el ruido de los libros?
De repente todo se resolvió en su mente. Levantó un pie, dio un paso al frente y cerró la puerta tras ella.

DETALLES

TÉCNICA
Óleo sobre lienzo

TIPO
Retrato

FORMATO

73 x 50