La Línea en la pintura

Petra logró subir las escaleras y llegar al rellano del séptimo en primer lugar. Miró tras ella, y vio a su vecino del primero derecha, que la seguía seis escalones por detrás, fijado en el espacio con una pierna suspendida en el aire y la boca abierta con las palabras atascadas en el hueco. Con las manos aferradas a la barandilla, Petra cerró los ojos y aspiró la ligera niebla que solo en el descanso de aquel piso se saboreaba. Olía a vainilla.

El resto de los vecinos había seguido la competición delante de sus puertas. La noche anterior, reunidos todos, se jugaron a los dados desde que rellano saldría la carrera hacia el último piso. Petra, del primero izquierda, y su vecino, del primero derecha, ganaron la oportunidad.

La imperiosa necesidad de entrar en el mundo de la habitante del séptimo, surgió, sin que ningún vecino se diera cuenta, desde el mismo momento en que esta se instaló en el edificio. Fue un lunes por la mañana. Petra, tras escuchar unos suaves golpes en la puerta de su casa, se dirigió, con maneras despreocupadas, por el pasillo oscuro, pero un pequeño detalle, que no supo interpretar, la puso en alerta: la puerta era de un color blanco roto, muy desgastado por el tiempo, aunque en aquel momento hubiera jurado que siempre había sido marrón claro. Volvieron a sonar tres golpes secos, y abrió. Una mujer gigantesca con túnica amarilla la esperaba en el rellano. Petra contempló el cuerpo voluminoso, los ojos negros, el rostro blanquecino, sin cejas ni pestañas, y el cabello, un cabello blanco que le llegaba por encima de los hombros y que culebreaba solo, sin ningún viento que lo motivase.

⸺ Soy Mahia. Viviré en el séptimo ⸺ dijo la imponente mujer con voz aflautada.

Y así, piso por piso, aquel ser extraño se presentó a todos los habitantes del edificio. Ignoraban cuanto tiempo había transcurrido, pero cuando la puerta del único domicilio que ocupaba la séptima planta se cerró, todos los vecinos seguían en el quicio de la suyas, con un vacío, blanco por entero, en su cuerpo.

En los siguientes días, Petra vio como las plantas y flores de su terraza se secaban, y los muebles de su casa cada mañana cuando se levantaba le parecían más claros, incluso su ropa y su calzado. El viernes, de pie en el centro de lo que antes era su paraíso verde, un trueno resonó justo encima de su cabeza, y la lluvia comenzó a caer, pero las gotas sortearon su cuerpo, y evitaron la terraza. Su edificio seco, lo único sediento en toda la calle al final de la tormenta; eso la asustó de verdad. Petra levantó la cabeza hacia el cielo, y entonces lo vio, árboles inmensos, palmeras, plantas exóticas, todo se alzaba en verdes en la azotea del séptimo. Sintió verdadero miedo, un temor a lo desconocido que la hizo salir a la calle y mirar por primera vez en mucho tiempo lo que era su hogar: ladrillos mudados a un rojo moribundo y ventanas cerradas con cristales opacos. Al entrar de nuevo, en el portal se encontró con la vecina del tercero derecha, quien la interpeló con evidente nerviosismo:

¿Por qué no me contestaste cuando te llamé desde la ventana? Me estabas mirando como si no me vieras.

⸺ No había nadie en tu ventana ⸺ contestó Petra con voz trémula.

Ambas se observaron y, sin decir nada más, las dos subieron al primero izquierda, las dos se asomaron a la ventana, y las dos comenzaron a gritar, a vocear, a insultar a los viandantes que paseaban por la calle. Nadie se inmutó.

El sábado se reunieron los vecinos, todos menos Mahia. En casa de Petra las palabras resbalaban por unas paredes despintadas y se mantenían flotando por encima de una alfombra de cabezas que subían y bajaban:

⸺ A ninguna vivienda llega el correo, ni pedidos, ni paquetes, excepto a la mujer del séptimo ⸺ dijo el vecino del primero derecha.

⸺ Nuestros teléfonos se apagan en cuanto están dentro de casa, y no recibimos visitas porque nadie encuentra nuestro edificio ⸺ apuntó con voz vacilante la vecina del cuarto izquierda.

⸺ A Mahia vienen a verla todos los días. Suben hombres, mujeres, niños, que luego se van con piel de color estridente. La mayoría repiten. Yo ya conozco a muchos ⸺ comentó la anciana del sexto izquierda.

⸺ En mi casa las cosas cada vez hacen menos ruido cuando se caen al suelo ⸺ dijo el vecino del quinto derecha.

Se hizo un silencio pensativo.

¿Cuánto tiempo pasará hasta que esto, sea lo que sea, empiece a afectar a nuestros cuerpos? Todo empezó cuando Mahia se instaló en el edificio. Tenemos que hablar con ella ⸺ dijo el vecino del tercero derecha.

Dos días después, Petra había conseguido ser quién estuviera a punto de llamar a la puerta del séptimo. A pesar del miedo, todos querían ver a Mahia, obtener una explicación razonada sobre lo que estaba sucediendo e implorar ayuda. Observó lo que en ese momento la rodeaba, las paredes, la puerta, el pequeño foco, todo en el rellano del séptimo brillaba en colores puros, y la atraía igual que el halo seductor de Mahia el primer día.

Petra golpeó con suavidad la puerta, y esta se abrió en silencio. Todo el piso era una sola estancia, sin muebles, con una maraña de ruidos suaves y colores que retozaban entre luces por las paredes, sobre el techo, y levantaban pequeñas olas en la tierra rojiza del suelo. De pie, en el centro de aquella algarabía, Mahia. Había cambiado, ahora su piel y su pelo eran de un dorado intenso, y sonreía, y de su sonrisa nacían aquellas luces danzarinas. Extendió sus brazos hacia Petra, y esta se acercó, la abrazó, y le contó todo.

Cogida de la mano, Mahia la llevó hasta la ventana. Lo que Petra vio, la dejó sin aliento. Desde el séptimo piso no se veía la ciudad, ni el mismo cielo azul que ella respiraba en su casa; aquello era un páramo de extensos trazos grises y negros, de tierras blanquecinas, agonizadas, donde no se olía el final.

⸺ Mi hogar ⸺ dijo Mahia ⸺ Llevamos siglos subsistiendo con la ausencia de todo lo que antes conocíamos, pero un día descubrimos como entrar aquí y recuperar algo de savia, un poco de la vida que perdimos. Si miras con atención, mis compañeros están llevando consigo, día a día, notas y pinceladas que ya se vislumbran y que perdurarán.

⸺ Estás absorbiendo el color, el ruido, despojas de energía a nuestro edificio ⸺ balbuceó incrédula Petra ⸺ ¿Harás lo mismo con nosotros?

⸺ No. A partir de hoy, todos deberéis subir a verme cada día. Cinco minutos serán suficientes ⸺ contestó, mientras la abrazaba de nuevo.

⸺ ¿Qué pasará cuando el edificio muera? ⸺ susurró Petra al oído de Mahia ⸺ ¿Se irá con vosotros?

Un mes después, los vecinos, cogidos de la mano y envueltos en la espesa niebla blanca que ceñía todo el edificio, saltaron por el hueco de la escalera desde el séptimo piso.
Petra despertó en su cama, se incorporó y sonrió al ver la colcha de colores tejida por su madre. Unos golpes suaves, provenientes del rellano, la levantaron. Caminó por el pasillo y sonrió por segunda vez, aquella puerta, blanca de nuevo, le quitó el poco miedo que aún le tenía a la muerte. Mahia la estaba mejorando.

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